13 Sep REPETIR NO SABRÍA COMO ENTRÉ, PUES ME VENCÍA EL SUEÑO
En medio del camino de la vida,
yo me encontraba en una selva oscura,
con la senda derecha ya perdida.
¡Ah, pues decir cuál era es cosa dura
esta selva salvaje, áspera y fuerte
que en el pensar renueva la pavura!
Es tan amarga que algo más es muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré
diré de cuanto allá me cupo en suerte.
Repetir no sabría como entré,
pues me vencía el sueño el mismo día
en que el veraz camino abandoné.
Más tras llegar al cerro que subía
allí donde aquel valle terminaba
que con pavor a mi alma confundía,
al mirar a la cumbre, vi que estaba
vestida de los rayos del planeta
que el buen camino a todos señalaba.
Quedóse la aprensión un poco quieta
que de mi corazón adolorido
en el lago duró la noche inquieta.
Y como aquel que con aliento ardido,
del piélago salido a la ribera,
mira al agua que casi le ha perdido,
mi alma, que fugitiva entonces era,
volvióse a contemplar de nuevo el paso
que no atraviese nadie sin que muera.
Tras reposar un poco el cuerpo laso,
mi camino seguí por tal desierto,
más bajo siempre el pie que no da el paso.
Y, a apenas el camino me hube abierto,
un leopardo liviano allí surgía,
de piel manchada todo recubierto;
parado frente a mí, frente me hacía
cortando de ese modo mi camino,
y yo, para volver, ya me volvía.
Era el tiempo primero matutino
y se elevaba el sol con las estrellas
que estuvieron en él cuando el divino
amor movía aquellas cosas bellas
y esperar bien podía, y con razón,
aunque a la fiera moteada viese,
la hora del alba y la dulce estación;
más no sin que temor me produjese
la imagen, que vi entonces, de un león.
Me pareció que contra mí viniese
alta la testa y con hambrientos ojos,
que parecía que el aire le temiese.
Y una loba, que todos los antojos
alojar semejaba en su magrura
y a muchos procuró duelo y enojos,
me llenó de inquietud con la bravura
que veía lucir en su mirada
y perdí la esperanza de la altura.
Y, como a aquél que goza en la jornada
de la ganancia y, cuando llega el día
de perder, llora su alma contristada,
así la bestia, que hacia mí venía
me empujaba sin tregua, lentamente,
al lugar en que al sol no se le oía.
Mientras me deslizaba en la pendiente
ya mi mirada había descubierto
a quien por mudo di, por lo silente.
Cuando le contemplé en el gran desierto,
“¡Apiádate”, yo le grité, “de mí,
ya seas sombra o seas hombre cierto!”
Respondióme: “hombre no, que hombre ya fui,
y por padres lombardos engendrado,
de la mantuana patria. Yo nací
bajo Julio, aunque tarde, y he morado
en la Roma regida por Augusto,
la que a falsas deidades ha adorado.
Poeta fui, canté entonces al justo
hijo de Anquises, que de Troya vino
cuando el soberbio Ilión quedó combusto
¿Más por qué vuelves tú al amargo sino,
porque no vas al monte complaciente
que de todos los goces es camino?”
“¿Eres tu aquel Virgilio y esa fuente
de quien brota el caudal de la elocuencia?”,
le respondí con vergonzosa frente.
“De los poetas el honor y ciencia,
válgame el largo estudio y gran amor
con que busqué en tu libro la sapiencia.
Eres tú mi maestro, tú mi autor:
eres tú solo aquel del que he tomado
el bello estilo que me diera honor.
Mira la bestia que hacia atrás me ha echado,
sabio famoso, y ahórrame su ultraje;
por ella pulso y venas me han temblado”.
“Te conviene emprender distinto viaje”,
me respondió mirando que lloraba,
“para dejar este lugar salvaje:
que esta, por la que gritas, bestia brava
no cede a nadie el paso por su vía
con la vida del que intenta acaba;
y es su naturaleza tan impía
que nunca sacia su codicia odiosa
y, tras comer, tiene hambre todavía.
Con muchos animales se desposa
y muchos más serán hasta el momento
en que le dé el Lebrel muerte espantosa.
No serán tierra y oro su alimento,
sino amor y sapiencia reunidas;
tendrá entre fieltro y fieltro nacimiento.
Verá Italia sus fuerzas resurgidas
por quien, virgen, Camila halló la muerte
Y Euríalo, Turno y Niso, con heridas.
De un pueblo y de otro la echará, de suerte
que habrá de dar con ella en el infierno,
del que la envidia prima la divierte.
De donde, por tu bien, pienso y discierno
que me sigas y yo seré tu guía,
y he de llevarte hasta el lugar eterno
donde oirás espantosa gritería,
verás almas antiguas dolorosas:
segunda muerte lloran a porfía;
verás gentes también que son dichosas
en el fuego, que esperan convivir
un día con las almas venturosas.
A las cuales, si aspiras a subir,
más que la mía existe un alma pura:
con ella, al irme yo, te veré ir;
que aquel emperador que hay en la altura,
puesto que fui rebelde a su doctrina,
que yo no llegue a su ciudad procura.
A todo desde allí rige y domina;
allá están su ciudad y su alta sede;
¡feliz aquel a quien allí destina!”
Y dije yo: “Poeta, pues lo puede
aquel Dios que tú nunca has conocido,
de este mal libre, y de otro mayor, quede;
llévame donde ahora has prometido,
y las puertas de Pedro vea un día,
y a los de ánimo triste y afligido”.
Él echó a andar, y yo detrás seguía.
La Divina Comedia, Canto I, Infierno.
DANTE ALIGHIERI