Opus 91 encierra sueños astillados, revanchas miserables, breves parlamentos que actúan como el salitre en la carne abierta. Se trata de un bello caos controlado, como la vida misma, como los acordes improvisados de un piano, golpes de impulsos nacidos de las necesidades de expresión espontáneas de los intérpretes, pero siguiendo unas pautas que hacen del grupo una unidad bien coordinada de la que emanan mensajes claros y contundentes para acabar regalando emociones dulces y violentas.
Opus 91, en concreto, es un canto roto a la soledad, al rechazo más cruel, es el filo de una navaja en el cuello de los espectadores, de todos aquellos que se saben individuos vulnerables.