Pocos son los lugares que quedan en una ciudad en los que estemos libres de la mirada de una cámara de vigilancia o de un guardia de seguridad. Estos observadores, piezas clave en la sociedad de control, son estratégicamente colocados para supervisar nuestro comportamiento, al punto que ya nos parece del todo normal tenerlos siempre ahí, detrás y encima nuestro, fortaleciendo esa certeza de que el entorno seguirá siendo aquel lugar seguro y confiable al que estamos acostumbrados. De forma paralela, cada uno de nosotros, desde aquella cabina inmaterial que es nuestro interior, tenemos bajo contrato indefinido a un ente abstracto, mezcla entre una cámara que registra todo y un guardia que vigila, controla y garantiza que nuestras acciones y pensamientos sean fieles a los patrones que, a golpe de incansable repetición, hemos establecido como “nuestra personalidad”. SEGURATTA, una comedia agria sobre la capacidad (o incapacidad) de mirar de frente a nuestra cámara de autovigilancia y transgredir los límites de las propias convicciones. Somos capitanes solitarios a la deriva en la corriente del pensamiento compulsivo que nos arrastra hacia remolinos de inseguridad perpetua. Ahí es donde el “uno” y el “uno mismo” luchan por la supremacía del timón de esta barca que se empeña en llevarnos hacia la tierra firme y árida de nuestros sueños no realizados.